martes, febrero 26, 2008

Sol Velado

Sólo cuando la niebla es intensa puedes mirar al Sol de frente.

Puede tomarse como una metáfora que me ha regalado esta mañana la Naturaleza.

jueves, febrero 21, 2008

Miedo a un Planeta Vacío

He vivido demasiado tiempo entre las bestias, me temo,
y ahora ya no me reconozco entre mis semejantes.

Somos superiores. Tenemos el don de la palabra.
Pero raramente lo usamos; a mis semejantes les da
cada vez más miedo usar la palabra; se comunican
con gruñidos y complicadas forma de esquiva.
Igual es bueno; igual es una vuelta a lo animal;
pero en ese caso, ¿no deberíamos dejar
de sentirnos superiores?

El don de la palabra; lo rechazan mis semejantes.
Ayer, o hace unas semanas, iba a verter amargas palabras
sobre mis semejantes. Pero no quería caer en la amargura.
No hay por qué hacerlo.
No es tiempo de quejas amargas, sino quizá de lucha.

He vivido demasiado tiempo entre las bestias, me temo, y no entiendo ahora a mis semejantes. O quizá sea que sólo veo una parte de mis semejantes, la más embrutecida. Puede ser; los condicionantes sociológicos son un hecho, están ahí. O quizá se ha popularizado una expresividad de ghetto. Pero me temo que
en ese caso, tampoco las élites serán demasiado admirables, no, no me lo parece: la aristocracia (me refiero a la verdadera aristocracia) ha caído en la complacencia de la masa y ha querido permitirse sus bajezas. Ni de referente sirven. Me imagino que también las verdaderas aristocracias estarán pasando por tiempos de lucha, de aniquilación; como pasa con cualquier cosa que sea verdadera.

Insisto: no son palabras de amargura, pero a golpes se forja la espada, con dolor nos endurecemos cuando somos jóvenes, aprendemos, y luego ¿no se siente uno feliz de haber aprendido? Más bien, no feliz, sino consciente de que no había más remedio. No suele haber otro camino. No me encuentro sumido en la tristeza ni en la amargura: se puede decir que nunca había sido tan feliz.

Decía que el ser humano me resulta a veces extraño. Reconozco la infinita variedad y los peligros de la generalización. Conozco suficiente gente como para saber que abunda lo respetable, lo bueno, lo humano. Pero me sigue pareciendo brutal el gesto despreciable, la ceguera, de buena parte de los que me rodean. ¡Qué sabios son algunos para vestir a la última moda, para llevar colgado el último gadget mágico! ¡Qué complejos sistemas de jerarquías basadas en el deporte, en lo superficial de relaciones de cuento! ¡Qué de sabios y sabias, y sin embargo, muchos sólo aciertan a mirarte con gesto de cordero asustado cuando les dices "buenos días"! Muchos, aterrados por el sonido de la voz humana, por el conflicto entre la obligación de interactuar y su pánico obtuso, no llegan a articular ni un gemido ahogado, como he oído algunos. Y sin embargo, ahí cuelga el bolso del dibujito del oso, ahí reluce la gomina o el zapatito elegante.

Máscaras. Miles de máscaras. Todos (yo también, claro) las usamos. El delito quizá está en abusar de la máscara, en superponer una sobre otra hasta olvidarse no sólo de quién eres (lo que trae cierta felicidad a ciertos grupos de dirigentes) sino de qué eres (no creo que sea producto de un maquiavélico plan, sino sólo consecuencia del olvido de lo espiritual durante siglo tras siglo). Pero no hablo de nada nuevo. Soy consciente de que me repito, y aún así, creo que debo decirlo. Pero no era de máscaras exactamente de lo que venía a hablar, aunque sí, quizá tenga que ver más de lo que me creo. Otra risa falsa recuerdo tras el cristal de una cafetería. Mis detractores, que no existen, que no se molestan en comprobar mis escritos, me dirán que cómo sé yo que es falsa. Que si no es falsa la mía. No, la mía no es falsa. No suele ser falsa (me dan miedo las afirmaciones absolutas sobre mi porque me parezco pretencioso en suponerme constante). No suelo ensuciarme encima; cuando era niño llevaba pañales: me lo hacía encima. Aprendí a no hacerlo. De igual forma, hace ya muchos años que no me río falsamente. A lo mejor enfermo puedo hacerlo. No sé si embrutecido por los alcoholes lo he hecho alguna vez; no lo creo. De todas formas, cada vez me emborracho menos veces. Los testigos abundan. Ya no trae apenas inspiración, es para mi, creo, un aliado perdido, o uno demasiado potente que exije demasiado a mi cuerpo debilitado.

Risas falsas; las reconozco igual que tú. Maniobras de esquiva, enmudecidos huidizos semblantes. Al final, no es más que miedo, miedo a que el otro sepa más de mi, a que quiera que yo interactue. Deben de pensar: quiero quitarme de encima a este semejante mío. Tengo bastante con mi mundo problemático, no deseo otra posible fuente de problemas. Miedos, miedos complicados, intangibles, alimentados diariamente por la máquina. ¡Venzamos todo eso! No me cabe duda de que acabaremos venciéndolo: el ser humano es un animal libre, y es un animal curioso. Pero ¡cuidado! los perros fueron una vez animales libres, y ahora dudo de si lo siguen siendo del todo, tras milenios de domesticación. Y la domesticación puede tener un instrumento en el miedo. El miedo es el que genera la vergüenza a mostrarte humano ante otro humano.

Si fuera en verdad amargo, y si todos fueran así, entonces no tendría sentido lamentar la desaparición del ser humano sobre la tierra. Sólo en ese caso, creo, estaría justificado nuestro ocaso. Pero, un momento, ¡no! ¡no lo estamos haciendo tan mal! Tendremos nuestros defectos, pero hemos sobrevivido durante milenios. No. No me vale: hemos sobrevivido, sí. Quizá cuando éramos más animales. Pero los virus lo han hecho igual de bien entonces. Cuánto compartimos ¿verdad? con ellos. Pero alguien suponía que debíamos hacerlo mejor; no hemos sido capaces. Pero ¿merecemos acaso la desaparición por ello? No, mientras sigamos teniendo potencial, mientras tengamos conciencia de nuestros pecados, mientras tengamos instinto de mejorar (por eso jamás podré alabar el feísmo, ni el nihilismo que tanto se ha puesto de moda).

No hay razón para desear la caída del imperio humano. Ni esos decadentes con traje siquiera, ni esas risas tontas. No deseo el final de la humanidad, y menos la iba a desear por algo tan tonto como un paseo casual sobre una fracción de mi especie. O sobre mi mismo; yo no soy especial. Yo soy igual que todos; acaso me haya castigado un poco más y sea un poco más consciente de mi estupidez. Considerarse especial sería una despreciable vanagloria. No soy especial, pero tampoco soy común. Persigo mejorar. Caigo una y otra vez en el error. Pienso que hay algo moral en el instinto de mejora. Pienso que la lucha, si es noble, no es un pecado. No reivindico la miseria de los tiempos antiguos, pero sí añoro su nobleza. Existió: hay prueba. Que cada vez menos sepan leer los libros donde se conserva no hace que nunca haya existido, mal que pese a algunos. Y a algunos les pesa, creedme. Sobre todo a los que repugna el esfuerzo, y a los que no pueden pensar en la perfección porque han perdido ya todo referente.

Yo por mi parte, no tengo miedo a ese final de la humanidad, aunque no lo deseo especialmente. Creo que parte de ese miedo a que desaparezca el ser humano es en realidad miedo a que desaparezca toda conciencia, toda inteligencia sobre la Tierra, quizá sobre el Universo. Sería algo horrible, un desperdicio -un pecado- intolerable hasta para la mente más embrutecida. Pero me he dado cuenta de que se nos olvida algo: la conciencia no es exclusiva de nosotros, los monos desnudos: todos los animales la poseen. Quizá sea una conciencia menos refinada, tal y como nosotros lo vemos, aunque cada vez me parece más bien que la nuestra es la conciencia de un animal enloquecido, y que precisamente por ese extremismo de la evolución hemos desarrollado culturas (manifestaciones de una retorcida anomalía fisiológica). El mundo estará poblado por conciencias, por sentimientos, recuerdos y sueños. Eso lo sabe cualquiera que haya mirado a los ojos a un perro, a un gato. Ojalá, si caemos, que ellos sepan combatir el miedo mejor de lo que hemos sabido hacerlo nosotros.

miércoles, febrero 20, 2008

Gigante

Hace ya un tiempo me distraje adivinando la etimología de la palabra gigante. Le suponía un origen clásico, pero al mismo tiempo, me sugería varias asociaciones. Así que saqué los libracos y preparé el ordenador para un poco de siempre grata investigación... y así volví a recordar donde había visto una conexión con otra lengua en principio menos clásica. De otras conexiones que descubrí, y que me gustaron, os doy cuenta ahora mismo.

En el español la palabra gigante viene directamente del Latín: gigas en Nominativo, gigantis en Genitivo. He leído que pasó al Español con esa forma ya en el s. XIII, probablemente desde las Escrituras, imagino, ya que en la propia Vulgata aparece el término:

Gigantes erant super terram in diebus illis (Gen., VI, 4).

A su vez, el Latín tomó la palabra del Griego gigas, gigantos. Es palabra de probable origen pre-Griego, no Indoeuropeo, curiosamente. En cualquier caso, sigamos la evolución del Latín gigas, gigantis. Se asume que en Latín Vulgar debió transformarse en *gagas, con Acusativo *gagantem. En cualquier caso, pasa al Antiguo Francés como gaiant o jaiant. Lo encontramos en el Roman de Brut, escrito en Anglo-Normando en el siglo XII:

Ne voloit ost od soi mener,
Ne cist afaire à toz monstrer
Ne quidnit se il le séussent,
Que del jaiant pooir eussent

La forma cambia a géant más tarde, permaneciendo así hasta el Francés actual.


Curiosamente del Antiguo Francés jaiant pasó también al Español jayán significando persona de gran estatura, robustez y fuerza. Por ejemplo, en el Quijote:

«Lleváronle luego a la cama, y, catándole las heridas, no le hallaron ninguna; y él dijo que todo era molimiento, por haber dado una gran caída con Rocinante, su caballo, combatiéndose con diez jayanes, los más desaforados y atrevidos que se pudieran hallar en gran parte de la tierra.». (Cap. V).

Covarrubias en su Tesoro apunta que puede haber pasado del Francés al Español precisamente a través de las novelas de caballerías. La palabra aparece en el Diccionario de la R.A.E., con el mismo significado antes dicho.


¿Y qué hay del Inglés? Recordemos que en el Antiguo Francés teníamos gaiant o jaiant. Después de que esta forma hubiera pasado a la definitiva geant, la encontramos ya en lengua Inglesa por allá el año 1297. He leído que en los escritos de Wace (1100-1174) también pervive:

"In þat tyme wer here non hauntes Of no men bot of geauntes."

Pero no he podido comprobarlo. La palabra, eso sí, está asentada en Chaucer:

"He slow the geant Antheus the stronge" (The Monk's Tale)

"Sire Thopas drow abak ful faste
This geant at hym stones caste
Out of a fel staf-slynge" (The Tale of Sir Thopas)

"Al myghte a geant passen hym of myght,
His herte ay with the first and with the beste" (Troilus and Criseyde)

He dicho, pues, que la palabra del Francés Antiguo geant pasó al Inglés Medio. Pero, al igual que ocurrió con muchas otras palabras, ¿no desplazó este barbarismo a alguna palabra del Inglés Antiguo que significase algo parecido?
En efecto, existía dicha palabra, y os la digo yo: ent. En efecto, es así como se dice "gigante" en Inglés Antiguo.

"ða wæs gylden hilt gamelum rince,
harum hildfruman, on hand gyfen,
enta ærgeweorc." (Beowulf, versos 1678-1679)

("Así la dorada empuñadura fue para el guerrero de cabellos grises, / héroe anciano, en su mano dispuesto / el trabajo astuto de gigantes.").

Así que la palabra ent que tanto gustaba a Tolkien fue tomada directamente de su bien amado Inglés Antiguo; hay, como sabéis, muchas más repartidas por su obra. Yo, por mi parte, me doy por satisfecho con estos descubrimientos de aficionado. Me surgió la duda de si realmente no se trata de una palabra Indoeuropea: veo demasiado parecido entre la palabra ent, de origen Germánico, y la parte de la raíz -ant- que aparece en la declinación de gagas. Pero es que no sé lo suficiente acerca del Griego Antiguo como para saber si es una desinencia y no parte de la raíz (aunque no lo parece, y no toman esa desinencia, por lo que yo sé, todos los masculinos de la tercera declinación). Hay, pues, material para seguir investigando sobre el origen de los Gigantes.

domingo, febrero 17, 2008

Pequeño Hombre de Marte

Tras ver a Phil Plait en su página Bad Astronomy explicando por qué el asteroide 2007 TU-24 no supone un peligro para la Tierra (al parecer se ha dicho de todo en la red), estuve leyendo su entrada sobre el "Hombre de Marte" que ha alcanzado cierta fama en los medios últimamente. A partir de dicha entrada llegué, no recuerdo muy bien mediante qué cadena de enlaces, a un buen artículo explicativo sobre la naturaleza de la famosa "figura marciana" en The Planetary Society. El artículo es bueno; la reflexión final me ha gustado lo suficiente como para traducirla aquí con mi torpe inglés. Lo mejor es echarle un vistazo a esas tremendas panorámicas de otros mundos y maravillarse de poder ver esos horizontes, y como dice Emily Lakdawalla, la autora, apreciar la labor de esos dos "cacharrillos" que hemos mandado ahí fuera y que siguen mandándonos imágenes que valen mucho más que el despilfarro de píxeles de cualquiera de esos programuchos del sábado noche.

"De acuerdo, nos hemos divertido. Ahora, retira tu mirada de ese pequeña esquina granulosa de la imagen. Pulsa para aumentar otra vez y ver el panorama original y piensa: ésto es Marte. Estoy viendo a través de los ojos de un "trotamundos" que estaba diseñado sólo para sobrevivir 3 meses, quizás 6, posiblemente un poquito más; y sin embargo hace ya cuatro años de la Tierra desde que la Spirit aterrizó, y aún está funcionando. Esa es probablemente la primera lección que le puedes enseñar a tus amigos a partir de esta pequeña tonta historia: la imagen llegó desde Marte hace sólo 2 meses. Los dos exploradores están todavía allí arriba, y todavía funcionando, estudiando la superficie de Marte para nosotros después de todo este tiempo. Esa foto fue enviada desde la superficie de un mundo inhóspito, a más de cien millones de kilómetros. Los exploradores aún nos hablan cada día, enviándonos fielmente más fotos incluso mientras se van enfriando poco a poco. Algunas personas piensan que es tan malo personificar a los exploradores como es mantener que se han encontrado pequeños extraterrestres en sus fotos. Para mi, sin embargo, no puedo evitarlo: me identifico emocionalmente tanto con esos exploradores como con todas las demás naves, y mi corazón salta cuando pienso en que posiblemente los exploradores no sobrevivan otro largo y frío invierno marciano. Mientras estén ahím deberíamos hacerles el honor de acordarnos de ellos cada día, mirar los resultados de su tarea diaria, porque un día así de repente los dos callarán, y no volveremos a oírles nunca."

Yo no podría haberlo dicho mejor. Salud.