sábado, noviembre 24, 2007

Fimbulvetr


Quisiera haber hablado sólo del Silencio, pero acabo hablando del Invierno de Inviernos, Fimbulvetr, Invierno Máximo sobre todos los demás, Fimbulwinter.

Y al final hablar del Silencio y dejarse llevar y hablar del Invierno no es tan descabellado, porque no hay tanta distancia entre las dos ideas.

Silencio; ausencia de un ruido que nuestra civilización da ya por normal, por base de toda nuestra vida. Se nace con ruido, se vive en el ruido, se muere con ruido, y hasta el ruido es una medida de lo bien que lo hemos hecho en el mundo; cuánto ruido hemos hecho al dejar las vestiduras mortales, cuánto ruido han hecho las declaraciones.

Recuerdo que esta semana ha muerto un hombre sabio e ilustre, que se afanaba por habitar el silencio. En este mundo de horror silentii se pasa muchas veces por torpe o maleducado cuando sólo se persigue la tranquilidad de alma y formas. El silencio acoja ahora a este alma que debía encontrar en el silencio el reposo a tanta palabra y conducta absurda. Refugio en el que encontramos paz, al que hemos deseado más de muchas veces dirigirnos.

Y sin embargo el Silencio, ciertamente, puede ser monstruo que calla y hace callar. Encierra la idea en una cáscara estéril, ahoga el socorro, mata el camino hacia las estrellas en una noche confusa. Hay que renunciar y extirpar ese silencio y hacerlo mutar al otro silencio. El otro silencio que como el otro invierno no es fuente de muerte sino pacífico acabarse de las cosas que ya no deben ser (todo tiene un final) y glorioso principio, embrionario hervir de un glorioso principio, de una vida que brota desde lo profundo de la tierra hacia los cielos más allá. El silencio puede ser arma, y pocas armas pueden herir de la forma en que él puede herir.

El mundo puede que empezara en silencio, y no cuesta imaginarse que acabe también en silencio, un silencio invernal. El frío entumece los ruidos y los atenúa. En la quietud pueden curar las heridas. El invierno, me repito, es el tiempo en que la magia obra secretamente para enlazar las esencias de la semilla. No hay que atemorizarse, pues, del invierno. Hay un Fimbulvetr que vendrá y no debe temerse; acaba por llegar fruto de nuestros pasos en la tierra, de lo sembrado con consecuencia y sin ella, del ineludible wyrd que sólo con el conjuro máximo (el canto de la propia vida) puede cambiarse; invierno encadenado a invierno sin promesa de verano; tiempo de lucha intensificada, tiempo condenado a la batalla final que será enfrentarse a todo lo que se sabía ya.

Pero tiempo al cabo de silencio, y silencio e invierno del que un nuevo mundo nace.